martes, 12 de julio de 2011

Mar.

Brillante noche de luna amarillenta, olas silenciosas enterrando tus pies bajo la arena con un leve susurro, estrellas que observan tu cuerpo desnudo avanzando hacia estar cubierto totalmente, para acabar vestido de mar, de olas, de agua y de sal.
Con una fuerte aspiración capturas el aire de tú alrededor y flotas, allí, justo en medio de todo y de nada, entregándote a la luna y al cielo.
Y cierras los ojos y te dejas acariciar por las olas negras que se mezclan y se pierden en el cielo, negro también, con la única diferencia de pequeñas bombillas estrelladas mirando la gran belleza de la luna, triste.
Y estas allí tan cerca y tan lejos del cielo y el mar, con la extraña y preciosa sensación  de poder tocar los dos a la vez tan solo alargando la mano.
Y que libre y que limitada te llegas  a sentir.


jueves, 7 de julio de 2011

Obligaciones.

Obligaciones, pesadas obligaciones que te persiguen y no te dejan ser libre como quisieras; lavar los platos, hacer la cama, quitar el polvo, limpiar el baño, pasar la aspiradora…  ¡¿no veis que estoy aquí ocupada escribiendo esto?! ¿No podéis dejarme en paz de una vez y aprender a hacer algo por vosotros solos?
Pero no, las muy pesadas necesitan que sea yo quien los limpie, y los deje perfectos. Igual que unos zapatos no pueden viajar sin los pies, igual que un lápiz no puede dibujar algo maravilloso sin una mano, infinitos ejemplos de perfectas simbiosis.
Qué le vamos a hacer, llegara el día, en que yo también necesitaré ayuda y por mi sola no conseguiré hacer nada,  pero cuando llegue ese día, no me arrepentiré, no lo haré porque no pienso perder el tiempo ahora que puedo hacer todo lo que deseo.



Miedos.

Miedos que se funden entre tus músculos, que están allí, tuyos y de nadie más, que conviven con los placeres, con el valor y aparecen cuando menos los necesitas.
Temores, fobias y rarezas parecidas. Molestas y incordiantes, pero parte de nosotros.
En realidad que aburrida seria la vida sin ellos, sin el corazón corriendo  apresurado en nuestro pecho, sin nuestro cuerpo en alerta repentinamente y sin esas extrañas costumbres que nos ayudan a sentirnos seguros.
Quien no se ha sentido mejor con una fina sabana haciendo de caparazón, con todas las luces encendidas retando a la próxima factura, con cualquier rareza inútil pero efectiva según parece.
Porque los miedos llegan a ser horribles y bonitos a la vez, al ser superados, al vivirlos con valor.
Esos temores que nos forman y son parte de nosotros.