miércoles, 27 de abril de 2011

Un momento, por favor.

- Un momento, por favor.
En la triste inmensidad de esa sala me sentí como un punto que derramaba soledad, me habían dejado allí, sin solución, sin motivos para esperar ese momento, sin esperanza, sin nada.
Entonces supe que ya nadie iba a hacer ningún esfuerzo para salvarme, estirado en esa blanca cama, mi cuerpo se destruía en silencio por dentro.
Porque, un momento, ¿cuánto tiempo era? acaso eran unos segundos exactos, quizás minutos, incluso horas.
Un momento podía ser el escaso tiempo en que nuestro cuerpo se mojaba al estar debajo de la lluvia, pero esas gotas podían detenerse con el simple uso de un paraguas, haciendo ese momento más largo.
Un momento... Estúpidas palabras para oír antes de morir, me maldecía por no haber preguntado a la enfermera cuanto tiempo era para ella un momento, preguntarle si era de esas mujeres que necesitan un momento para mirar una tienda y acaban pasando allí toda la tarde.
Malditas palabras inciertas me dieron la muerte, la muerte esperando que alguien viniera, aunque quizás lo que había querido decir esa enfermera, era que esperara solo un momento más para dejar este mundo.

martes, 26 de abril de 2011

nadie.

Abrí los ojos perturbada por mi entorno, solo sentía un frio que parecía provenir de mi interior, el mar nadaba encima de mí y el sonido entrecortado de mi último aliento camuflándose entre el agua  me despertó y me obligó a mover mi pesado cuerpo hasta la superficie.
 Al llegar, con gran dificultad, volví a respirar, mis pulmones se llenaban y vaciaban con violencia al ritmo de mi apresurado corazón, mis ojos aún llorosos vieron en el turbio y lejano horizonte la puesta de Sol, que se extendía con elegancia cubriendo las montañas contra el frio de la cercana noche.
Lentamente nadé hasta que mis pies tocaron y se escondieron en la arena, y las lágrimas disfrazadas entre las gotas de agua se deslizaron por mi piel a causa del viento.
Empecé a caminar entre mis helados pensamientos, mirando el mundo de mi alrededor, oscuro, triste, un mundo que se había perdido en su propia lujuria, entre el dinero y la pobreza.
Intensas y crueles guerras unidas al extraordinario avance en armas nucleares, habían sido capaces de dejar sin forma,  sin vida, sin nada, ni nadie a la mayoría de países conocidos.
Ahora gran parte de la población mundial se reunía en un pequeño estado cerca de lo que había sido California, como un minúsculo oasis en un enorme desierto lleno de cenizas, un oasis donde lo más parecido a los antiguos días de verano era el reflejo del Sol entre el polvo que cubría el aire.
El resto de la población había muerto o simplemente estaba desaparecida y nadie se dignaba a buscarla. Nadie excepto yo, quizás.
El recuerdo de su sonrisa cruzó mi mente con un destello de dolor, poco a poco me estaba volviendo loca, loca por odiar este mundo, por tener el motivo de nuestro reencuentro imposible como única vía de escape.
Iba a morir, lo sabía por la sensación de que una gruesa capa de escarcha empezaba a recorrer mis huesos, mis pensamientos aparecían desordenados y sin sentido en mi cabeza y mi cuerpo estaba dolorido y ensangrentado.
Mi mente estalló en forma de grito por mis labios violetas, a mí alrededor cadáveres, miles de ellos, cubriendo lo que antes había sido mi ciudad.
Cuando se extinguieron mis gritos ya ningún sonido cruzaba el aire, excepto un lejano murmullo, un instrumento, las teclas de un piano.
Me levanté, ni el dolor, ni nada me impidió avanzar buscando desesperadamente esa melodía, sin duda era la canción que él compuso para mí, la tenia cada vez más cerca, mis terribles ganas de tocarle de nuevo, de besarle, de decirle que lo había echado de menos me hicieron temblar. El temblor se intensifico, mi cuerpo vibraba, quizás de excitación, quizás de frio, pero me derrumbe y caí, seguí arrastrándome hasta encontrar la canción, sus cálidas notas y su intensa voz estaban allí a mi lado, su voz escondida entre los labios que yo quería besar, estaba ahora encarcelada en un viejo radiocasete.
Mi corazón se rindió, exhausto y fracasado, murió envuelto en su más preciada canción,
Quizás nadie buscaría mi cuerpo, quizás nadie lo encontraría jamás y se fundiría con la tierra que lo envolvía. Pero qué más da, si ya nadie en este mundo comprende que es el amor.


lunes, 25 de abril de 2011

Rosas.

Hace tan solo dos días podíamos ver las calles teñidas de colores: rojos, blancos, rosas, azules...
Miles de rosas, cada una con diferente destino, en manos de chicas con una sonrisa en la boca, entre los brazos de ruidosas señoras luchando para que les compren una o entre los dedos de chicos esperando sorprender a su pareja.
Tonos alegres envuelven ese día, pero después esas rosas se marchitan entre su último suspiro de agradable fragancia. Una pena.
Al lado de las coloridas rosas, encontramos los libros, millones de letras y sentimientos, encerrados entre sus tapas, esperando que alguien los abra para ser libres, por fin.
Maravillosas historias, que no se marchitan nunca y que pueden cambiar tu manera de ver el mundo.
Bonito día, he pensado hoy mientras cerraba en su pequeña cárcel la historia que estaba leyendo, marcando su página previamente con una rosa marchita más viva que nunca.

lunes, 18 de abril de 2011

Inocencia

Hacer reír a personas tristes, haciendo que intercambien una lagrima por una leve curvatura en los labios en señal de felicidad.
Difícil, ¿verdad?
Hoy me he fijado en lo fácil que es hacer sonreír a un niño, ver en sus ojos esa luz tintineante de inocencia, la cual a lo largo de su vida se va apagando lentamente, igual que su capacidad de sonreír por estupideces.

Me ha entristecido pensar que al conocer mejor  el mundo que les rodea, se vuelven más fríos y quizás más tristes.
Pero hay algo que me ha hecho sonreír, la capacidad que tienen los niños de transmitir su alegre inocencia haciendo reír a personas mayores que hace tiempo la perdieron.


http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=RP4abiHdQpc

deseos.

Aún no encuentro palabras para describir, lo que empecé a sentir aquella noche, podría llamarlo amor, pero no sería justo decir que fue tan dulce.
Fueron celos, envidia, irritación y por supuesto deseo.
A veces tengo miedo, temo que el día a día a su lado no sea más que un sueño del que tarde o temprano tendré que despertar.
En un mundo tan miserable su luz era demasiado cegadora, por mucho que extienda la mano aun ahora algo me dice que jamás llegare a alcanzarlo.