Abrí los ojos perturbada por mi entorno, solo sentía un frio que parecía provenir de mi interior, el mar nadaba encima de mí y el sonido entrecortado de mi último aliento camuflándose entre el agua me despertó y me obligó a mover mi pesado cuerpo hasta la superficie.
Al llegar, con gran dificultad, volví a respirar, mis pulmones se llenaban y vaciaban con violencia al ritmo de mi apresurado corazón, mis ojos aún llorosos vieron en el turbio y lejano horizonte la puesta de Sol, que se extendía con elegancia cubriendo las montañas contra el frio de la cercana noche.
Lentamente nadé hasta que mis pies tocaron y se escondieron en la arena, y las lágrimas disfrazadas entre las gotas de agua se deslizaron por mi piel a causa del viento.
Empecé a caminar entre mis helados pensamientos, mirando el mundo de mi alrededor, oscuro, triste, un mundo que se había perdido en su propia lujuria, entre el dinero y la pobreza.
Intensas y crueles guerras unidas al extraordinario avance en armas nucleares, habían sido capaces de dejar sin forma, sin vida, sin nada, ni nadie a la mayoría de países conocidos.
Ahora gran parte de la población mundial se reunía en un pequeño estado cerca de lo que había sido California, como un minúsculo oasis en un enorme desierto lleno de cenizas, un oasis donde lo más parecido a los antiguos días de verano era el reflejo del Sol entre el polvo que cubría el aire.
El resto de la población había muerto o simplemente estaba desaparecida y nadie se dignaba a buscarla. Nadie excepto yo, quizás.
El recuerdo de su sonrisa cruzó mi mente con un destello de dolor, poco a poco me estaba volviendo loca, loca por odiar este mundo, por tener el motivo de nuestro reencuentro imposible como única vía de escape.
Iba a morir, lo sabía por la sensación de que una gruesa capa de escarcha empezaba a recorrer mis huesos, mis pensamientos aparecían desordenados y sin sentido en mi cabeza y mi cuerpo estaba dolorido y ensangrentado.
Mi mente estalló en forma de grito por mis labios violetas, a mí alrededor cadáveres, miles de ellos, cubriendo lo que antes había sido mi ciudad.
Cuando se extinguieron mis gritos ya ningún sonido cruzaba el aire, excepto un lejano murmullo, un instrumento, las teclas de un piano.
Me levanté, ni el dolor, ni nada me impidió avanzar buscando desesperadamente esa melodía, sin duda era la canción que él compuso para mí, la tenia cada vez más cerca, mis terribles ganas de tocarle de nuevo, de besarle, de decirle que lo había echado de menos me hicieron temblar. El temblor se intensifico, mi cuerpo vibraba, quizás de excitación, quizás de frio, pero me derrumbe y caí, seguí arrastrándome hasta encontrar la canción, sus cálidas notas y su intensa voz estaban allí a mi lado, su voz escondida entre los labios que yo quería besar, estaba ahora encarcelada en un viejo radiocasete.
Mi corazón se rindió, exhausto y fracasado, murió envuelto en su más preciada canción,
Quizás nadie buscaría mi cuerpo, quizás nadie lo encontraría jamás y se fundiría con la tierra que lo envolvía. Pero qué más da, si ya nadie en este mundo comprende que es el amor.
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