Era una noche confusa, en el cielo las estrellas miraban con fuerte envidia la luz de la luna llena, mi cabeza daba vueltas sin un rumbo concreto, mis pies se movían confusamente creando el único ruido de esa calle, los tacones maltrataban el suelo con cada pisada y mi mente parecía estallar.
La calle era estrecha y una hilera de coches la comprimía aun mas haciéndola levemente claustrofóbica. Inesperadamente una oleada de miedo interrumpió mis pensamientos, y algo me oprimió el corazón, la sensación de ser un diminuto e insignificante personaje en esa obra de teatro llamada vida, la sensación de que esa vida se nos escapaba entre las manos con la rapidez en que las partículas de arena se escapaban de su reloj al darle la vuelta.
Mi cuerpo entumecido se resentía en silencio, palpitante del reciente dolor; golpes, empujones, puñetazos, todo eso se mezclaba en mi cabeza con un intenso color a sangre. El amor había mutado en odio, rencor, celos y finalmente en violencia, y yo sólo pretendía huir.
La calle se me hacía infinita, mi aliento salía rítmicamente de mis labios tiñendo el aire de blanco, pasé delante de un aparador que reflejó la imagen de mis espaldas y allí lo vi de nuevo, sus ojos ya no mostraban cariño y sus labios se retorcían en una mueca desconocida para mi hasta ese mismo momento. ¿No se había quedado satisfecho con la brutal paliza de hace unos minutos? ¿Cuándo quedaría saciado? Miles de preguntas pasaron por mi mente en el insignificante tiempo en que mis pasos aceleraron hasta que empezó una curiosa carrera entre él y yo, entre el odio, y las ansias de vivir.
Mientras corría, tan rápido como mis doloridos pies me permitían, pensaba en el amor, ese sentimiento que yo y él habíamos sentido por el otro, esa obsesión que hace tener tu vida en el cuerpo de otra persona, ¿como esa emoción podía evaporarse y convertirse en agresividad?
Tropecé entre mis pensamientos y caí estrepitosamente al suelo, me gire y allí continuaba él, como en una pesadilla. No podía gritar, y sinceramente no quería hacerlo, me limité a mirarlo sin odio en mis ojos, pero con desafío.
Pensé en los consejos que mis amigos me habían dado, alarmados y preocupados por mi me habían intentado avisar de los fuertes cambios de humor que el sufría periódicamente, sin embargo esa ceguedad que provoca el amor me los había ocultado, convirtiéndolos en una trampa mortal.
Cerré los ojos y por una vez me rendí, había llegado al final de esa calle, y probablemente al final de mi vida. Sentí el sabor metálico de la sangre en la boca y me perdí en una nube turbia de pensamientos.
Por muy insignificantes que podamos ser, todas y cada una de las personas que viven en este mundo tenemos una obsesión básica: sobrevivir. Pero, desgraciadamente, en ocasiones, no somos capaces de hacerlo.
M'encanta :)
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